El peso de las tetas

Tetas. Toda mi vida he tenido problemas con mis tetas. Siempre las consideré un poco sin mirada, sin destino, tratando de ajustarse a un cuerpo que tiene los brazos más grandes que él mismo. He observado con envidia a las chicas que las tienen abundantes, orgullosas, mirando siempre al frente, siempre al mar.

Entonces empecé a tener amigas que de repente perdían sus tetas al enfrentarse con el cáncer. Como si despertasen un día con marcas de una guerra feroz, me mostraban sus cuerpos mutilados, algunas con el mismo orgullo de las que las tienen abundantes, otras extrañando lo que no tenían más.

Durante un tiempo me entregué verdaderamente al acto de amamantar y pensé que esa actividad era lo más importante, hasta que mis hijos crecieron y no lo necesitaron más. Como si hubiesen perdido su función, mis tetas se redujeron a un pedazo de carne hundido en el fondo de un brasier pequeño y al que todavía le sobraba espacio arriba.

Soy una débil. Porque aun mirando a mis valientes amigas con sus tetas a la mitad, no pongo en un lugar más noble a las mías. Y todo eso es culpa de los renacentistas.

Y es que nunca deseé tener las exuberantes tetas de Pamela Anderson, sino las dulces, firmes y medianas tetas de la Venus de Botticelli (“El nacimiento de Venus”). Cuando me las encontré cara a cara apretada a decenas de personas que se empujaban para verlas en el  UFFIZI  de Florencia, sentí no solamente que las mías eran casi nada, sino que yo misma era muy pequeña.

Definitivamente no voy a traer al mundo algo más grande o más firme que mis tetas. Mis tetas son exactamente como yo: un pedazo de carne floja intentando ajustarse en el mundo a partir de la gravedad. Como ellas, no puedo ser más importante de lo que ya fui o de lo que soy.

No soy una teta que está en exhibición, de esas que uno puede digitar en Google y después ver millares de versiones inspiradas en ella. Soy una teta que se dedica al hogar y a los amigos, y que lo hace con lo que tiene visiblemente adelante – y que no es mucho.

He pensado en meterme unas siliconas, algo que pueda darles más dignidad a mis tetas. Pero me pregunto si no serían demasiado falsas para lo que se proponen en este mundo. Mis tetas no son un paraíso y yo no lo soy tampoco. Como mis amigas, sobrevivo, o por lo menos lo intento, con lo que me queda de dignidad en mis tetas.  ¿Pero necesitaría yo un cáncer para amarlas de verdad como son?

PS: Yo sé que es muy lugar común el gusto por los renacentistas. Pero ellos me sacuden y resacuden mucho. La Galería de  UFFIZI  tiene de todo, pero las obras renacentistas que puedes encontrar allí son de dejar a la gente tonta, incluso perdida. Seguro hablaré más de obras que vi allí (y, ya de una vez, ¡perdón por eso!) . Pero si el museo está en sus planes, ten en mente la oportunidad de pasar el día allí. Y no te olvidas de preparar los pies y la baba para la visita.

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